domingo, 26 de julio de 2009

ADIÓS

Accesos negados.
Mente en blanco.
En el fondo del cajón un recuerdo.
Toda una vida juntos.
Hermanos.
Misma sangre.
Diferente sexo.
Hijos amados.
Nuestros hijos.
Proyectos.
Risas.
Complicidad.
Todo queda en ese fondo encajonado.
Ya no hay más.
Nada queda.
No hay clave que abra el amor.
Acceso denegado.
Adiós Hermano.

Pobre María

Acuchillada en un rincón de la habitación del motel, lo único que rompía el silencio era el aura aún presente y suspirante de mujer en desgracia. El olor era rojo, como la sangre y el momento parecía interminablemente solo.
Llevaba minutos en esa posición, viéndose muerta, oliéndose muerta, esperando al ángel que supuestamente la buscaría. Y nada ocurría, nadie encontraba su cuerpo.
No sabían de ella en el pequeño pueblo de Comodoro Py, no tenía hijos, ni hombres ni amores, solo trabajaba en forma temporaria. El dueño del motel conocía de su largos días de alcohol y pesadillas por lo que pasaría al menos una semana antes que se preocupe por ella.
Creyó que morir sería una liberación para dejar atrás la soledad, podría así compartir con almas y con pensamientos eternos.
Guardó pacientemente lo trabajado en los últimos dos meses para pagarle al chiquito que contrató para acuchillarla. Porque no quería ruidos, las armas suenan, ella no gritaría, el chico quería plata, la plata era para la droga, y su droga era la muerte.
Pero seguía allí: sola y volátil, desesperadamente triste. Tortuosamente muerta. Igualmente vacía, sin ayuda, sin abrazos, virgen. Una virgen ensangrentada y cruel que se atrevió al más allá pensando en la compañía celestial, o al menos espectral. Nada de eso existía. Seguía igual, sin cuerpo, pero con el dolor pesando, como si cargara al mundo. Pobre María.